LA MALA EDUCACIÓN
Las mentes bienpensantes se
empeñan en preguntarse una y otra vez, cómo es posible que la sinrazón sea la
fórmula y el método que los gobernantes articulan para legislar.
Al lado opuesto, la tibieza
–fruto de de una ignorancia trabajada- y la mezquindad de quien cree salvar lo
propio callando sin ningún sentido de la solidaridad, propician que quien
ostenta una autoridad delegada por todos, actúe con la impunidad que otorga la
fuerza. Fuerza escenificada en el abordaje de lo colectivo y su administración
como algo propio e instituido con el único fin de aplacar la indignación que
suscita su ejercicio en el poder, decidiendo sin reconocer a quienes
representan y los ubican.
Arrogarse privilegios a uno mismo
al amparo de los votos, no revela sino la indecencia y el comportamiento pueril
(si no fuera por la maldad que encierra) de quien lo quiere todo para sí.
Encorbatarse, escoltarse y saltar al escenario de los protocolos a base de
ceremonias con la que justificar sus precios para nosotros, un ejercicio de vanidad
y torpe coquetería con la que celebrar el triunfo personal enmascarando las
ambiciones de intrincada gestión.
A la pregunta de los bienpensantes,
cabe una respuesta clara: Desde luego, claro que son conscientes como los somos
nosotros de la sinrazón.
No hay duda que en la
necesidad y los derechos comunes se
adivinan pingües beneficios para un reducido grupo, instaurado en el ejercicio
del poder con el único fin de apropiarse de lo común.
Las aportaciones directas en
forma de pago a la sanidad universal y los rendimientos del trabajo, así cómo
otras indirectas son el fondo que de común acuerdo se cede para compartir lo
que desde la constitución de los estados modernos (dejando a un lado entre
otros las monarquías absoluta y el engaño de los estados generales), se ha ido
construyendo, no sin luchas de largo recorrido para los más desprotegidos.
Ser el depositario de la
confianza para administrar, no es un cheque en blanco de libre disposición. Lo
público, no tiene precio de mercado sino valor de servicio y tiene dueño: la
colectividad que conforman las naciones, todos y cada uno de sus ciudadanos y
ciudadanas. Venderlo para que, a su vez, preste un servicio público aumentando
la aportación por ciudadano a causa de la necesidad de ganancia por parte del
adjudicatario a dedo, una usurpación de la propiedad colectiva arrebatada con
la perores mañas, pues quienes no creen sino en la propiedad privada de los
servicios son los que – a través del sistema democrático- acceden al ejercicio
del poder para enajenarlos.
La extraordinaria cara dura, la
falta de rubor y los más mínimos instintos de vergüenza, se han apoderado del
ejercicio político. Es decir, en el momento de administrar la cosa pública.
¿Recortes, gasto público,
ajustes, insostenibilidad? ¡Bandidos!. Defiendan ustedes la justicia y la
independencia de la magistratura, dejen de esquilmar lo nuestro, dejen de
doblegarse y confabularse con las patentes farmacéuticas y pongan en primer
lugar la vida de quien se encuentra enfermo. Dejen ya de seguir saqueando, dejen
ya de derivar servicios públicos a empresas privadas –en las que tras su paso
por sus cargos tendrán un puesto-, dejen ya de apropiarse de la vida de la
gente, pero déjenlo porque nada de lo dicho es suyo. Dejen ya de “cuidarnos”
diciéndonos que el sistema financiero es la sangre de la economía ¿Se puede ser
más hipócrita y cínico? ¿Qué sistema financiero? ¿El que abre brechas en la
sociedad, manipula, altera, se llena los bolsillos y además reclama ser salvada
después de haber corrompido todo? ¿Pero qué farsa es ésta?
No les diré que dejen de engañar
porque ya no engañan a nadie, no hay decoro en sus decisiones ni sus argumentos
¡van sobrados!.
Un sistema financiero que sienta
las bases sobre bienes que no existen en vez de sobre la producción, que se adentra
en consejos de administración de las empresas con el dinero ajeno, un sistema
financiero que no financia, un sistema financiero que paga con hipótesis y
cobra al contado, un sistema financiero que compra prestando a quien le presta
¿Qué poder real tiene si no es aquel que se le concede?
El dinero es de los estados y
sobre ello estos pueden legislar. Son los estados quienes ponen el dinero en
circulación y los ciudadanos quienes lo dinamizan. Hablando de sangre, si desde
los ejecutivos de los estados se cauteriza el flujo empobreciendo
económicamente a los que bombean la sangre y se interviene con un bypass para
que la zona envenenada siga fluyendo la declaración de intenciones es de una
evidencia meridiana.
La representación de los estados
(democráticos) no es otra cosa que la designación de la mayoría para
administrar lo de todos. En ningún caso es la propiedad lo que se traspasa,
pero la indecencia es tal que los administradores de lo público se han ataviado
de autoridad frente al pueblo (como si ellos no lo fueran). No reconocen
responsabilidad en los resultados, modifican leyes y las crean para
posicionarse con ventaja – deben saber por anticipado que gobernarán de
espaldas a la justicia…-.
La realidad es que a ustedes,
señores gobernantes, no les quitan nada. Es más, se pertrechan para que el
futuro no les sea adverso. Tras eso, se legisla, gobierna, debate o crean
comisiones, como si eso fuera la voluntad de los ciudadanos. El problema es que
son actores tan histriónicos en la semblanza de la serenidad que el pueblo (ese
a quién desprecian y hacen doblar la rodilla en nombre quién sabe de qué) aún
reconoce, vaya usted a saber por qué, esa dignidad que infunde el cargo.
Triste ver cómo se dilapidan
sociedades, cómo el fango de la grosería y el despotismo que genera la
mediocridad sentencia al desasosiego de una ciudadanía que asiste impotente a
la enajenación de sus propios bienes. Para ello ya han articulado leyes que
protejan sus decisiones en forma de incitación a las revueltas, manifestaciones
o resistencia pasiva ante los agentes de la autoridad. Triste cómo los estados
sitúan a personajes incapaces de plantar cara que ( como el cacareado
electricista de la catedral de Santiago autor del robo del Códice Calixtino) se
les cede la llave para expoliar y reinventar los reinos de taifas con
jurisprudencia amparada en la propiedad del dinero… si no al tiempo.
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